Humanismo Cristiano
El humanismo, como movimiento cultural, se caracterizó por el énfasis en la educación, la valoración de las humanidades clásicas, la promoción del pensamiento crítico y el enfoque en la dignidad y el potencial humano. Esta corriente de pensamiento se centra en la afirmación de la dignidad y el valor inherente de cada ser humano como creado a imagen de Dios, y enfatiza la importancia de la ética cristiana y la justicia social. El humanismo cristiano busca conciliar la fe y la razón, promoviendo una educación integral que incluya tanto el desarrollo intelectual como el espiritual.
Esta web sobre humanismo cristiano está diseñada para abordar dudas e inquietudes específicas de docentes, siguiendo una línea transversal que afecte a todas las asignaturas y que facilite comprender y aplicar los principios del humanismo cristiano en su enseñanza.
El humanismo cristiano es una filosofía que combina los valores humanistas y los principios cristianos, buscando promover la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social y el bien común.
Este sitio web proporcionará a los docentes una guía y recursos valiosos para comprender y aplicar los principios del humanismo cristiano en su práctica educativa, promoviendo así una educación enraizada en los valores cristianos y orientada hacia el desarrollo integral de los estudiantes.
Recursos de HUMANIDADES por temáticas
Recursos de CIENCIAS por temáticas
La división de los recursos por temáticas no siempre resulta fácil, ya que varios recursos se podrían introducir en temas parecidos. Por ejemplo, un recurso sobre la historia del arte. Es por ello que un mismo recurso puede ser etiquetado en dos apartados distintos y por eso aparecer dos veces.
Inquietudes del profesorado
En Septiembre 2022 nos reunimos en COAS un grupos de profesores para abordar la cuestión de explicar las distintas materias desde la óptica de un Humanismo cristiano.
Respondiendo a un cuestionario que se envió, en donde se recogieron las inquietudes de algunos profesores, se han ido elaborando distintos materiales que pueden ayudar a los profesores a incorporar o mejorar el Humanismo cristiano en sus explicaciones.
Los líderes transmitían seguridad, confianza y una especial fuerza para enfrentar el futuro. Ahí reside su idoneidad. Han sido siempre seguidos ante momentos de tribulación porque mostraban que serían capaces de ejecutar prometido. Porque disponían de una idea que salvaría la dificultad en la que estaban embarcados.
Se llama transferencia al otorgar al líder de parte de los seguidores una confianza especial cuando reconocen su sabiduría y compasión, que lo convierte en un cheque en blanco hacia el ejercicio de su liderazgo efectivo.
Pero atención, hay líderes y hay personas que lideran. Los líderes tienen una posición de poder o de autoridad, pero los que lideran nos inspiran. Son estos los que de verdad pasarán a la Historia
La lectura de las grandes obras de la literatura y el pensamiento ofrece una perfecta vía de acceso a la tradición cultural. Son grandes obras que nos ayudan a entender aspectos esenciales de la condición humana.
Decía Italo Calvino: Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual. Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo. Y continuaba, un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
Por ello, toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
Hay dos tipos de clásicos: los universales (que mantienen su vivaz impacto incluso a través de sus traducciones) y los nacionales (aquellos cuyo prestigio va ligado a la frescura y belleza de su lengua original). Así, Cervantes, Shakespeare y Tolstói resultan del primer grupo; y Góngora y Ronsard, más bien del segundo. Y en su pervivencia los clásicos no viven momificados, sino que renuevan su mensaje. Porque la interpretación no está fijada, sino varía según las lecturas en una tradición que no sólo los conserva, sino que los reinterpreta. No leemos El Quijote como los lectores del XVII. Después de leer a Kafka advertimos rasgos prekafkianos en autores antiguos.
Más de dos milenios y medio después, Odiseo sigue siendo un antepasado con mucho peso en la familia de los personajes principales masculinos de la literatura universal. Simboliza al Hombre que, compuesto tanto de virtudes como de defectos, afronta con arrojo los mil y un obstáculos que la vida (o el destino, o los dioses, o los hados… como se quiera) le pone en su camino y resulta vencedor.
Por la Ilíada sabemos que él también pretendió a Helena, pero viendo las pocas posibilidades de éxito entre tanto distinguido, apuesto y rico pretendiente, decide consolarse con una prima de ésta, Penélope. Cuando Odiseo y Penélope se encuentran, quedan enamorados a primera vista. Ambos permanecen mudos, sabiendo que ya no querrán separarse jamás. Pero además, Odiseo es un hombre de grandes virtudes que llevan al lector a juzgarlo merecedor de mejor suerte. Es un buen monarca, justo con sus súbditos y buen anfitrión con los visitantes. En la batalla lucha con valentía y habilidad y es retratado como el más astuto entre todos los hombres. Sin olvidar que nadie puede evitar admirar su infinito amor por su esposa Penélope, su hijo Telémaco y su añorada Ítaca. Ante nuestros ojos, Odiseo sufre un castigo demasiado severo por el error que comete.
Penélope, por su parte, también nos dice cosas. Mientras, Penélope, al ser una mujer que estaba sola, comenzó a verse rodeada por múltiples pretendientes. Estos se instalaron en su casa. Comían y bebían a su antojo. Todos la urgían para que aceptara a uno de ellos, pues daban a Ulises por muerto. Ella, sin embargo, presentía que su esposo estaba vivo y que regresaría. Para eludir la decisión de aceptar a alguno de sus pretendientes, Penélope dijo que elegiría cuando terminara de tejer un tapiz. Lo que se le ocurrió fue tejer de día y deshacer de noche. Así pasó cuatro años, al final de los cuales, Odiseo por fin regresó.
La perseverancia en la espera y la astucia como arma.
Los artistas antiguos sabían que la obra de arte bella comportaba un remedio contra el sufrimiento, el caos y el desorden, proporcionando consuelo ante la tristeza y afirmación en la alegría, mostrando que la vida merece ser vivida. Para el pensador ingles Roger Scruton la belleza no es una cuestión meramente subjetiva, como tantas veces se afirma, sino una necesidad universal de los seres humanos: sin ella nos encontramos en una especie de desierto espiritual. Scruton defiende que existen estándares de belleza que están fundamentados en la naturaleza humana, y que debemos buscarlos y aplicarlos a nuestra vida. Nuestras vidas están llenas de ruido y furia, es verdad. Pero el arte no debe aprobar esa alienación. Debe, por el contrario, encontrar caminos donde lo real y lo ideal puedan convivir en armonía.
En su persecución de la belleza, los artistas –explica Scruton– dan significado al mundo. Los maestros del pasado reconocían que hay unas necesidades humanas espirituales más allá de lo inmediato o instintivo: para Platón la belleza era un camino hacia la divinidad; para los pensadores ilustrados, el arte y la belleza eran maneras de huir de las rutinas sin sentido del mundo y elevarnos a estadios superiores del espíritu. De esta manera el arte se constituye en armonía entre lo real y lo ideal, convirtiendo el mundo en un hogar que nos consuela de los sufrimientos y dolores y que llena de luz y significado nuestra vida cotidiana. Un lugar de consolación y paz que redime el mal, alcanzando la unión de lo bello y lo sagrado.
Quizá el mejor descubrimiento del pensador francés Michael de Montaigne haya sido la tolerancia. Ésa es la gran enseñanza que transmiten sus Ensayos. La tolerancia es virtud de sabios. Es una meta de vida. Es preciso conquistarla y saberla practicar. Significa una esencial norma de vida. Sólo el tolerante es capaz de vivir con serenidad. Montaigne, en sus escritos, demuestra que ha accedido a ella; y no sólo en un terreno de lo personal, también la predica en una visión colectiva sobre la historia y los pueblos. No debe haber prepotencia, sostiene, de parte de los pueblos fuertes en contra de los pueblos débiles: ninguna nación europea tiene el derecho de sojuzgar a esos seres diferentes habitantes de mundos diferentes.
La mirada de Montaigne es, aquí, una lección de moral y tolerancia históricas. Con su escritura ágil y fresca, sus reflexiones mundanas y flexibles, su escepticismo y su tolerancia, Montaigne contrasta con la rigidez teórica y la tensión sistemática de esos otros maestros de la filosofía y la ciencia, empeñados en dar con una certeza absoluta, una verdad sólida y tajante.
Porque tolerar no significar dar razón alguna, tan sólo conceder que el otro puede pensar diferente y que de la misma manera que uno necesita que su pensamiento sea respetado debe respetar el de los otros. Reciprocidad. Lo que vale para mí, valga para el otro. Pero no por conceder al otro que puede pensar como entienda debe uno dejar de expresar y defender su pensamiento.
En dos posturas contrarias lo normal es que una esté en el error y es bueno que se ponga de manifiesto.
Se habla con frecuencia de que occidente (las raíces de Europa) habría que buscarlas entre Roma, Atenas y Jerusalén. Sí, pero aclárese y no lo convirtamos en un mantra sin contenido real. Roma, el imperio romano es sobre lo que se constituye aquello que llamamos culturalmente “Europa”. Así, los países del Este europeo quedan un tanto desplazados (incluso la Dacia, Rumanía, pero por otras razones). La pertenencia a algo más grande que la tribu, el pueblo o incluso el terruño se da por la condición de ciudadano del imperio (algo a lo que aspiraban incluso los bárbaros). Esta doble pertenencia, a lo local y a lo global es algo que permanece. Europa, culturalmente, no es sino una unidad en la diversidad. Se dieron y dan una pluralidad de idiomas, una religión común pero desde hace mucho ya con distintas confesiones, variedad alfabética e incluso en tradiciones. Siempre ha habido una cierta tensión entre la pertenencia a la generalidad y la defensa de la particularidad local. Atenas, como fuente de la que brotó el énfasis por la Razón, de la que deriva la relevancia que se da a la filosofía (creación específica griega) y a las ciencias.
Mucho tiempo después y de aquellos polvos surgirán los lodos de la Ilustración y la revolución cientificotécnica. Y Jerusalén, de donde saldrá la religión que vertebrará una moral que se sustenta en el superior valor otorgado a la igual dignidad del individuo. Y de esa unión entre Jerusalén y Atenas saldrá el deseo por estudiar “Intellige ut credas; crede ut intelligas” agustiniano (entiende para creer, cree para entender) y así la creación de las universidades y un desarrollo de las ciencias sin parangón. Pero no olvidemos que para la creación de una cultura europea han jugado un papel decisivo sus enemigos externos: el imperio persa, los pueblos bárbaros y el turco (o los musulmanes que llegarían del norte de África). También se construye como reacción a lo externo que no gusta. El despotismo persa, la incultura bárbara o la irracionalidad musulmana consolidarán características propias de la cultura europea.
Se habla con frecuencia de que occidente (las raíces de Europa) habría que buscarlas entre Roma, Atenas y Jerusalén. Sí, pero aclárese y no lo convirtamos en un mantra sin contenido real. Roma, el imperio romano es sobre lo que se constituye aquello que llamamos culturalmente “Europa”. Así, los países del Este europeo quedan un tanto desplazados (incluso la Dacia, Rumanía, pero por otras razones). La pertenencia a algo más grande que la tribu, el pueblo o incluso el terruño se da por la condición de ciudadano del imperio (algo a lo que aspiraban incluso los bárbaros). Esta doble pertenencia, a lo local y a lo global es algo que permanece. Europa, culturalmente, no es sino una unidad en la diversidad. Se dieron y dan una pluralidad de idiomas, una religión común pero desde hace mucho ya con distintas confesiones, variedad alfabética e incluso en tradiciones. Siempre ha habido una cierta tensión entre la pertenencia a la generalidad y la defensa de la particularidad local. Atenas, como fuente de la que brotó el énfasis por la Razón, de la que deriva la relevancia que se da a la filosofía (creación específica griega) y a las ciencias.
Mucho tiempo después y de aquellos polvos surgirán los lodos de la Ilustración y la revolución cientificotécnica. Y Jerusalén, de donde saldrá la religión que vertebrará una moral que se sustenta en el superior valor otorgado a la igual dignidad del individuo. Y de esa unión entre Jerusalén y Atenas saldrá el deseo por estudiar “Intellige ut credas; crede ut intelligas” agustiniano (entiende para creer, cree para entender) y así la creación de las universidades y un desarrollo de las ciencias sin parangón. Pero no olvidemos que para la creación de una cultura europea han jugado un papel decisivo sus enemigos externos: el imperio persa, los pueblos bárbaros y el turco (o los musulmanes que llegarían del norte de África). También se construye como reacción a lo externo que no gusta. El despotismo persa, la incultura bárbara o la irracionalidad musulmana consolidarán características propias de la cultura europea.
La revolución industrial trajo consigo importantes cambios en la sociedad, la economía y el trabajo. Uno de los efectos más importantes fue el surgimiento de la cuestión social, que se refería a las condiciones de vida y trabajo de los obreros industriales, que a menudo se encontraban en situaciones de explotación y pobreza extrema.
La manera en que se afrontó políticamente esta cuestión varió según el país, pero en general se puede identificar una serie de tendencias y enfoques.
Uno de los enfoques más comunes fue el liberalismo económico, que defendía la libertad de mercado y la no intervención del Estado en la economía. Desde esta perspectiva, se creía que la competencia entre las empresas y los trabajadores en un mercado libre llevaría a un equilibrio natural que beneficiaría a todos. Sin embargo, muchos críticos argumentaron que este enfoque favorecía a los dueños de las empresas y no protegía adecuadamente los derechos y el bienestar de los trabajadores.
Otro enfoque fue el socialismo, que proponía la abolición de la propiedad privada y la creación de una sociedad igualitaria y justa en la que los trabajadores tuvieran un mayor control sobre los medios de producción. El socialismo también se enfocó en la defensa de los derechos laborales y la protección de los trabajadores.
Por otro lado, el conservadurismo defendía la idea de que la tradición y la autoridad eran importantes para mantener la estabilidad social, y se oponía a los cambios radicales que pudieran poner en peligro el orden establecido. En algunos casos, los conservadores promovieron políticas de bienestar y protección social para tratar de atenuar las consecuencias más extremas de la pobreza y la explotación.
En este contexto, la cuestión social se convierte en una preocupación central para la Iglesia, que busca abordarla a través de la promoción de la justicia social y la defensa de los derechos de los trabajadores. En particular, la Iglesia Católica promovió la creación de sindicatos y cooperativas de trabajadores, así como la regulación del trabajo y la protección de los derechos laborales. La encíclica Rerum Novarum, promulgada por el Papa León XIII en 1891, es considerada una de las primeras expresiones modernas de la enseñanza social católica y aborda de manera explícita la cuestión social, defendiendo el derecho de los trabajadores a un salario justo y condiciones de trabajo dignas, así como la necesidad de promover la solidaridad y la justicia en la sociedad.
No en vano la enseñanza social católica se basa en la idea de que todas las personas tienen una dignidad intrínseca como hijos de Dios y que, por tanto, deben ser tratadas con respeto
y justicia. La Iglesia Católica reconoce el derecho a la propiedad privada, pero también sostiene que este derecho está subordinado al bien común y que los propietarios tienen una responsabilidad moral de garantizar que sus riquezas se utilicen de manera justa y equitativa. La enseñanza social católica también defiende la importancia del trabajo como medio para realizarse y contribuir al bien común, y señala que el trabajo debe ser digno y justo.
El imperialismo colonial, es decir, el proceso de expansión y control territorial de las potencias europeas en otras partes del mundo a partir del siglo XIX, tuvo algunos aspectos positivos para las colonias. En un contexto claramente negativo por un olvido voluntario de los DDHH por parte de los colonizadores destacaría algunas luces.
La visión civilizadora del colonialismo se basaba en la idea de que las potencias coloniales europeas tenían la responsabilidad y el deber de llevar la civilización, el progreso y la modernidad a los pueblos colonizados. Esta idea se sustentaba en una concepción etnocéntrica y racista que consideraba que los pueblos no europeos eran “primitivos”, “salvajes” o “inferiores”, y que necesitaban ser “civilizados” y “educados” por los europeos.
Esta visión se reflejó en diversas políticas y prácticas coloniales. Por ejemplo, las potencias coloniales impusieron sus propias lenguas, religiones, leyes y costumbres en las colonias, y promovieron la educación y la formación profesional de los colonizados.
Entre los aspectos positivos que se pueden señalar, se encuentra la introducción de infraestructuras y tecnologías modernas que en algunos casos mejoraron la calidad de vida de los habitantes de las colonias. Por ejemplo, en algunos territorios se construyeron carreteras, ferrocarriles, puentes, puertos y aeropuertos, lo que facilitó el comercio y la comunicación, así como el transporte de bienes y personas. Asimismo, se introdujeron nuevas tecnologías agrícolas e industriales que mejoraron la productividad y la eficiencia.
Además, en algunos casos, las colonias se beneficiaron de la educación y la formación profesional que se les proporcionó, lo que les permitió acceder a puestos de trabajo y a niveles de vida más elevados. También se puede mencionar la promoción de la salud y la higiene, a través de la construcción de hospitales, una concepción realista de la transmisión de ciertas enfermedades y su lucha contra algunas de éstas como la malaria y la fiebre amarilla.
En la España del siglo XIX, el debate entre tradicionalismo y liberalismo fue un tema de gran importancia y polarización social y política. El tradicionalismo tenía un enfoque más cercano a los valores religiosos y conservadores, y defendía la unidad de la Iglesia y el Estado como una institución indivisible, en la que el poder temporal debía estar subordinado al espiritual.
Por otro lado, el liberalismo defendía la libertad individual y el derecho a la propiedad privada, así como la separación entre la Iglesia y el Estado. Para los liberales, el Estado debía ser una entidad laica y neutral en cuestiones religiosas, sin influencia directa de la Iglesia.
Sin embargo, es importante destacar que la Iglesia Católica en España tuvo una postura ambigua frente a ambos movimientos. Por un lado, muchos católicos apoyaron el tradicionalismo por considerar que era el mejor modo de proteger los valores cristianos y la unidad de la Iglesia y el Estado. Por otro lado, otros católicos adoptaron una postura más liberal, argumentando que la separación entre la Iglesia y el Estado permitiría una mayor libertad religiosa y una sociedad más justa y pluralista.
Con todo, hay que decir que los gobiernos liberales del siglo XIX en España llevaron a cabo una serie de medidas que afectaron a la Iglesia Católica, especialmente en el ámbito de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Estas medidas incluyeron la desamortización, la ley de libertad de cultos, la expulsión de órdenes religiosas y la eliminación del diezmo. Estas medidas tuvieron un impacto significativo en la Iglesia y en su relación con el Estado y la sociedad española.