Dpto. Religión

4º ESO

Curso 2007/08

AÑOS 1431 - 1442 /  CONCILIO DE BASILEA

Miguel Sancho

                                                                                                                

Martín V

La situación de la Iglesia en 1431-1432: el conciliarismo enfrentado al Papa; El conflicto con Eugenio IV; La ruptura; La victoria del Papado; Bibliografía

 

 

El Concilio de Basilea se inició en 1431 en Basilea, de donde le viene el nombre pero se cambió el lugar de celebración del concilio en dos ocasiones: la primera, en 1938 a Ferrara y la segunda en 1439 a Florencia, donde finalizaría el concilio en 1945.

Cinco años después de la terminación del concilio de Constanza, el 23 de abril de 1423, y en cumplimiento del decreto Frequens (que obligaba al Papa elegido a promover un concilio), convocó, Martín V, un nuevo concilio en Pisa. Casi nadie acudió a la cita y el concilio se traslada a Siena. El Papa no asistió y apenas había 25 obispos presentes. Debido a los violentos conflictos políticos no fue posible ninguna decisión y el concilio se disolvió, designando Basilea como lugar de una reunión próxima que, según el decreto Frequens, debería tener lugar siete años después. Martín V mantiene al pie de la letra este programa, y no pudiendo desplazarse, encargó, en 1431, al cardenal Cesarini presidir el nuevo concilio en su nombre. Martín V murió algunos días después. Su sucesor, Eugenio IV, se encontrará a lo largo de todo su pontificado opuesto al concilio de Basilea. La ruptura definitiva llegaría en 1437 y terminaría con la victoria del papado, y señalaría el fin del conciliarismo.

La situación de la Iglesia en 1431-1432: el conciliarismo enfrentado al Papa

Europa del Este estaba más amenazada que nunca por los Otomanos; fracasan las cruzadas, en las que la cristiandad ha puesto toda su esperanza; la derrota de Varna (1444) consuma un desastre irreparable, que anuncia ya la próxima caída de Constantinopla.

Mientras algunos en Roma no ven más que una crisis entre tantas otras, los alemanes descubren el presagio del fin del mundo cristiano y piensan que solamente una profunda reforma  podía resolver la situación de la Iglesia. Además, la reforma sólo puede ser impuesta que por el concilio (alentando las tesis conciliaristas).

Eugenio IV

Como en Constanza, también aquí la cuestión del concilio exacerba los enfrentamientos  nacionales. Francia está dividida en dos reinos. La cristiandad española permanece fiel al papado, pero las cuestiones financieras perturban la buena inteligencia entre Aragón y Roma. La inglesa permanece ante todo sumisa al rey.

      Desde 1432 la mayor parte de la cristiandad está de parte del concilio (hay que entender conciliarismo). Siete reyes están representados en Basilea, adonde acuden obispos y también simples clérigos a quienes el concilio había decidido incorporar, si eran «útiles o idóneos». Esto significaba reconocer a la «multitud» el derecho de imponer sus opiniones e inclinar los futuros votos al extremismo. La organización del concilio va en el mismo sentido. La repartición por naciones admitida en Constanza es abandonada; todo se decide en asamblea general, en una exaltación con frecuencia ciega, y por simple mayoría de los votantes. La justificación dada es que la voz de la multitud es la voz del Espíritu Santo: "La Iglesia reunida en concilio, aun sin la adhesión del papa, tiene, se dice, una potestad que le viene directamente de Cristo, puesto que la Escritura dice que ella es reina".

 El conflicto con Eugenio IV

El conflicto con el Papa era inevitable, pero Eugenio IV evita  provocarlo, y los Padres se aprovechan de su indecisión para confirmar el decreto Frequens y suprimir los derechos de la Santa Sede en materia de Beneficios. El Papa debe resignarse sometiéndose, pues, al mismo tiempo el duque de Milán ataca los Estados Pontificios y el Papa se ve obligado a huir. El pueblo romano proclama la República, saquea los palacios de los cardenales y recibe, bajo cuerda, el apoyo del concilio.

Por un momento parece que el conciliarismo ha triunfado. Pero en seguida la reunión de Basilea va a demostrar ineficaz e impotente. Cada cual denuncia los «abusos», grandes o pequeños, que conoce o que le atañen a él, pero no llega a una inteligencia sobre la reforma. Sólo se consigue la unanimidad en contra del Papa, lo cual se pretende justificar con un dicho escolástico: es preciso atacar a la cabeza para curar la enfermedad de los miembros. Se agravan las medidas de Constanza contra los cardenales. Se pretende imponer al Papa el compromiso, jurado, de respetar los decretos conciliares. Al mismo tiempo se continúan largas negociaciones con los griegos para terminar en la unión; los enviados del concilio se oponen a los del Papa y, en la misma Constantinopla, ponen de manifiesto las divisiones del Occidente. En Basilea reina el desconcierto: el concilio ha encontrado un nuevo presidente, el cardenal Alemán, prelado saboyano que había venido a ser jefe del partido popular. La sesión del 7 mayo 1437 degenera en lucha abierta. El anterior presidente, Cesarini, pide la traslación del concilio a Florencia, a donde han prometido acudir los griegos.

La ruptura

Desde entonces se toman posiciones. Eugenio IV comprende que la única política posible es la resistencia y hace redactar el Libellus Apologeticus donde condena con claridad a los que pretenden «trasvasar a manos de la multitud el poder que el Salvador ha conferido al Papa». Poco más tarde (18 septiembre 1437) por la bula Doctoris Gentium, proclama con autoridad propia el traslado del concilio a Florencia. El concilio replica con una acusación hecha al Papa (31 julio 1437). Consciente de la ineficacia de sus esfuerzos, los moderados, con Cesarini, abandonan Basilea. Desde entonces las cosas marchan rápidamente: para inculpar a Eugenio IV de herejía, se declara herética cualquier réplica a los decretos del concilio; admitida esta «nueva

El anti papa Amadeo VIII

verdad de fe», los Padres, reducidos a siete obispos y trescientos clérigos, proclaman la deposición de Eugenio IV (25 junio 1439), y en una parodia de cónclave (5 noviembre 1439), nombran como sucesor al duque de Saboya, Amadeo VIII, laico, viudo, padre de nueve hijos, que toma el nombre de Félix V.

Mientras tanto, jamás había aparecido Eugenio IV más poderoso. El 9 abr. 1438 y en presencia del emperador y del patriarca de Constantinopla, había inaugurado el nuevo concilio, que, después de tener una sesión en Ferrara, había sido trasladado a Florencia. El 6 jul. 1439 era promulgado el decreto de unión con los griegos y la bula Laetentur coeli, que, poniendo fin a un cisma de cuatro siglos, suscitaba el gozo de toda la cristiandad. El «conciliábulo» de Basilea había perdido toda su autoridad.

La victoria del Papado

Félix V había llegado a Basilea el 24 de junio de 1440. Casi inmediatamente había entrado en conflicto con los Padres conciliares. Aún durante ocho años, éstos permanecerían en su error. Expulsados de Basilea, los más obstinados se retiraron a Lausana. Temiendo por los intereses de su dinastía, que ocupaban por completo su atención, Félix V abdicó el 7 abr. 1449. Veinte días después, celebraba el concilio su última sesión, no sin antes reafirmar una vez más la soberanía de los concilios.

El Papado triunfaba; Nicolás V que había sucedido a Eugenio IV, muerto éste el 23 feb. 1447, podía celebrar con ostentación y júbilo el año 1450 que marcaba el fin de una época de debates y peligros. Sin embargo, esta victoria no tenía lugar sin estar acompañada de algunas sombras.

Las teorías conciliaristas quedaban desacreditadas. Sin embargo, las ideas de Basilea sobreviven en estado latente en Alemania. En Francia, donde habían sido adoptados inmediatamente los decretos de Basilea por la Pragmática Sanción de 1438, permanecerán durante mucho tiempo como la carta de una Iglesia nacional. El Galicanismo, que procede de aquí, afirma la autoridad del rey sobre la Iglesia, su derecho para disponer de los beneficios, para imponer mandatos a los clérigos sobre la celebración de la misa, la recitación del breviario, el orden de las ceremonias; lo que implica la negación correlativa de los derechos del papa y una cierta creencia en la soberanía de los concilios.

 Bibliografía

Gran Enciclopedia Rialp

Neuss, Wilhem; La Iglesia en al Edad Media.