Cinco años después de la terminación del concilio de Constanza, el 23 de
abril de 1423, y en cumplimiento del decreto Frequens (que
obligaba al Papa elegido a promover un concilio), convocó, Martín
V, un nuevo concilio en Pisa. Casi nadie acudió a la cita y el
concilio se traslada a Siena. El Papa no asistió y apenas había 25
obispos presentes. Debido a los violentos conflictos políticos no
fue posible ninguna decisión y el concilio se disolvió,
designando Basilea como lugar de una reunión próxima que, según el
decreto Frequens, debería tener lugar siete años después.
Martín V mantiene al pie de la letra este programa, y no pudiendo
desplazarse, encargó, en 1431, al cardenal Cesarini presidir el
nuevo concilio en su nombre. Martín V murió algunos días después.
Su sucesor, Eugenio IV, se encontrará a lo largo de todo su
pontificado opuesto al concilio de Basilea. La ruptura definitiva
llegaría en 1437 y terminaría con la victoria del papado, y
señalaría el fin del conciliarismo.
La situación de la Iglesia en 1431-1432: el conciliarismo
enfrentado al Papa
Europa del Este estaba más amenazada que nunca por los Otomanos; fracasan
las cruzadas, en las que la cristiandad ha puesto toda su
esperanza; la derrota de Varna (1444) consuma un desastre
irreparable, que anuncia ya la próxima caída de
Constantinopla.
Mientras algunos en Roma no ven más que una crisis entre tantas otras, los
alemanes descubren el presagio del fin del mundo cristiano y
piensan que solamente una profunda reforma podía
resolver la situación de la Iglesia. Además, la reforma sólo
puede ser impuesta que por el concilio (alentando las tesis
conciliaristas). |
Eugenio IV |
Como en Constanza, también aquí la cuestión del concilio exacerba los
enfrentamientos nacionales. Francia está dividida en dos
reinos. La cristiandad española permanece fiel al papado, pero las
cuestiones financieras perturban la buena inteligencia entre
Aragón y Roma. La inglesa permanece ante todo sumisa al rey.
Desde 1432 la mayor parte de la cristiandad está de parte del
concilio (hay que entender conciliarismo). Siete reyes
están representados en Basilea, adonde acuden obispos y también
simples clérigos a quienes el concilio había decidido incorporar,
si eran «útiles o idóneos». Esto significaba reconocer a la
«multitud» el derecho de imponer sus opiniones e inclinar los
futuros votos al extremismo. La organización del concilio
va en el mismo sentido. La repartición por naciones admitida en
Constanza es abandonada; todo se decide en asamblea general, en
una exaltación con frecuencia ciega, y por simple mayoría de los
votantes. La justificación dada es que la voz de la multitud es la
voz del Espíritu Santo: "La Iglesia reunida en concilio, aun sin
la adhesión del papa, tiene, se dice, una potestad que le viene
directamente de Cristo, puesto que la Escritura dice que ella es
reina".
El conflicto con Eugenio
IV
El conflicto con el Papa era inevitable, pero Eugenio IV evita
provocarlo, y los Padres se aprovechan de su indecisión para
confirmar el decreto Frequens y suprimir los derechos de la
Santa Sede en materia de Beneficios. El Papa debe resignarse
sometiéndose, pues, al mismo tiempo el duque de Milán ataca los
Estados Pontificios y el Papa se ve obligado a huir. El pueblo
romano proclama la República, saquea los palacios de los
cardenales y recibe, bajo cuerda, el apoyo del concilio.
Por un momento parece que el conciliarismo ha triunfado. Pero en seguida
la reunión de Basilea va a demostrar ineficaz e impotente. Cada
cual denuncia los «abusos», grandes o pequeños, que conoce o que
le atañen a él, pero no llega a una inteligencia sobre la reforma.
Sólo se consigue la unanimidad en contra del Papa, lo cual se
pretende justificar con un dicho escolástico: es preciso atacar a
la cabeza para curar la enfermedad de los miembros. Se agravan las
medidas de Constanza contra los cardenales. Se pretende imponer al
Papa el compromiso, jurado, de respetar los decretos conciliares.
Al mismo tiempo se continúan largas negociaciones con los griegos
para terminar en la unión; los enviados del concilio
se oponen a los del Papa y, en la misma Constantinopla, ponen de
manifiesto las divisiones del Occidente. En Basilea reina el
desconcierto: el concilio ha encontrado un nuevo
presidente, el cardenal Alemán, prelado saboyano que había venido
a ser jefe del partido popular. La sesión del 7 mayo 1437 degenera
en lucha abierta. El anterior presidente, Cesarini, pide la
traslación del concilio a Florencia, a donde han
prometido acudir los griegos.
La ruptura
Desde entonces se toman posiciones. Eugenio IV comprende que la única
política posible es la resistencia y hace redactar el Libellus
Apologeticus donde condena con claridad a los que pretenden
«trasvasar a manos de la multitud el poder que el Salvador ha
conferido al Papa». Poco más tarde (18 septiembre 1437) por la
bula Doctoris Gentium, proclama con autoridad propia el
traslado del concilio a Florencia. El concilio
replica con una acusación hecha al Papa (31 julio 1437).
Consciente de la ineficacia de sus esfuerzos, los moderados, con
Cesarini, abandonan Basilea. Desde entonces las cosas marchan
rápidamente: para inculpar a Eugenio IV de herejía, se declara
herética cualquier réplica a los decretos del concilio;
admitida
esta «nueva
El anti papa
Amadeo VIII |
verdad de
fe», los Padres, reducidos a siete obispos y trescientos
clérigos, proclaman la deposición de Eugenio IV (25 junio
1439), y en una parodia de cónclave (5 noviembre 1439),
nombran como sucesor al duque de Saboya, Amadeo VIII, laico,
viudo, padre de nueve hijos, que toma el nombre de Félix V.
Mientras tanto, jamás había aparecido Eugenio IV más poderoso. El 9 abr.
1438 y en presencia del emperador y del patriarca de
Constantinopla, había inaugurado el nuevo concilio, que,
después de tener una sesión en Ferrara, había sido trasladado
a Florencia. El 6 jul. 1439 era promulgado el decreto de unión
con los griegos y la bula Laetentur coeli, que,
poniendo fin a un cisma de cuatro siglos, suscitaba el gozo de
toda la cristiandad. El «conciliábulo» de Basilea había
perdido toda su autoridad. |
La victoria del Papado
Félix V había llegado a Basilea el 24 de junio de 1440. Casi
inmediatamente había entrado en conflicto con los Padres
conciliares. Aún durante ocho años, éstos permanecerían en su
error. Expulsados de Basilea, los más obstinados se retiraron a
Lausana. Temiendo por los intereses de su dinastía, que ocupaban
por completo su atención, Félix V abdicó el 7 abr. 1449. Veinte
días después, celebraba el concilio su última
sesión, no sin antes reafirmar una vez más la soberanía de los
concilios.
El Papado triunfaba; Nicolás V que había sucedido a Eugenio IV, muerto
éste el 23 feb. 1447, podía celebrar con ostentación y júbilo el
año 1450 que marcaba el fin de una época de debates y peligros.
Sin embargo, esta victoria no tenía lugar sin estar acompañada de
algunas sombras.
Las teorías conciliaristas quedaban desacreditadas. Sin embargo, las ideas
de Basilea sobreviven en estado latente en Alemania. En Francia,
donde habían sido adoptados inmediatamente los decretos de Basilea
por la Pragmática Sanción de 1438, permanecerán durante mucho
tiempo como la carta de una Iglesia nacional. El Galicanismo, que
procede de aquí, afirma la autoridad del rey sobre la Iglesia, su
derecho para disponer de los beneficios, para imponer mandatos a
los clérigos sobre la celebración de la misa, la recitación del
breviario, el orden de las ceremonias; lo que implica la negación
correlativa de los derechos del papa y una cierta creencia en la
soberanía de los concilios.
Bibliografía
Gran Enciclopedia Rialp
Neuss, Wilhem; La Iglesia en al Edad Media.
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