El
último de los papas de Aviñón, Gregorio XI, murió después de su
vuelta a Roma. Inmediatamente se produjo un levantamiento
popular: los romanos querían a toda costa imponer a los 16
cardenales presentes, de los que 10 eran franceses, la
elección de un Papa italiano. ¿Influyó esta agitación en los
votos del cónclave haciéndolo nulo? Es una cuestión de la que
se ha hablado mucho. Los cardenales eligieron a un napolitano,
al arzobispo de Bari, que tomó el nombre de Urbano VI. |
Urbano
VI |
El
nuevo Papa se reveló pronto como un «hombre terrible, que
espantaba a las gentes con sus actos y con sus palabras»; acusó
con vehemencia a los cardenales franceses que abandonaron Roma;
éstos desde Agnani intimaron a
Urbano, calificándole de anticristo y apóstata, a que abdicara.
Animados por el rey de Francia, los cardenales franceses tuvieron
un nuevo cónclave en Fondi y por unanimidad eligieron a Roberto de
Génova, que tomó el nombre de Clemente VII
Los
cristianos se encontraban así frente a dos personas que se
proclamaban Papas. Los reinos de Europa optaron por uno u otro
Papa, fijándose más en cuestiones políticas que religiosas.
Los
franceses optaron sin dudar por Clemente VII que regresó a Aviñón.
En cambio los ingleses, los alemanes y los italianos siguieron
fieles a Urbano VI. Los tres Reinos españoles, Castilla,
Aragón y Navarra, se pusieron, tras largos titubeos, de parte del
antipapa. Portugal vaciló. Italia, Hungría, Polonia y los estados
nórdicos siguieron con Urbano VI. Muy confusa quedó la situación
del reino de Nápoles; su soberana, la reina Juana I, se declaró
por Clemente VII; fue combatida y vencida por su sobrino Carlos
Durazzo, pero por último Carlos mismo se enemistó con Urbano VI,
cuyas órdenes había seguido. Los disturbios napolitanos
absorbieron excesivamente las energías del Papa y le exacerbaron
su irritabilidad. Incluso el Papa se enajenó a favor de varios
cardenales italianos; dos pasaron al bando del antipapa. Así
surgen las dos obediencias, en cuyos límites influyen las alianzas
políticas.
Los dos
Papas, persuadido cada uno de su derecho, no concebían la unión si
no era obteniendo la deposición de aquel al que consideraba
usurpador. Los dos Papas reorganizaron su administración,
nombraron cardenales; en pocas palabras, hicieron todo lo posible
para perpetuar el cisma.
Urbano
VI murió en 1389 y los 14 cardenales que le habían sido fieles
eligieron en seguida a Bonifacio IX quien, de carácter amable
aunque débil, recuperó en Italia el terreno perdido.
A
la muerte de Clemente VII, los cardenales, a pesar de la
prohibición de los reyes de Francia y Aragón, eligieron
unánimemente a Pedro de Luna que tomó el nombre de Benedicto XIII.
Era hábil, autoritario, inteligente, pero demasiado obstinado,
demasiado seguro de sí mismo y de su causa; con ello, hacía
desaparecer toda esperanza de unión.
Cuando fue elegido Benedicto XIII existía una tendencia fuerte
contra la nueva elección. Desde mucho tiempo atrás se había
formado en muchos la convicción de que no podía durar más la lucha
entre dos Papas. Acreditados maestros de la universidad de París,
primeramente dos alemanes, Enrique de Langenstein y Conrado de
Gelnhausen, no obstante la sumisión de la universidad formada por
el rey, a Clemente VII, se habían manifestado en escritos por la
convocación de un Concilio general, si era necesario incluso sin
el Papa, como medio de abrir un camino. Ambos tuvieron que dejar
Paris y marchar con muchos discípulo uno a Viena y otro a
Heidelberg. Tres eran los caminos que se proponía “ la vía
cessionis”, o sea la renuncia de ambos Papas, con lo que
podría ser elegido uno nuevo, reconocido por todos; la “ via
compromissi” o voluntaria sumisión de ambos papas a la
decisión arbitral, y la “ via concilii”, convocatoria de un
concilio general sin el Papa.
En 1404 murió Bonifacio. Se esperaba
que en Roma no se efectuase ninguna nueva elección. Esta tuvo
lugar, sin embargo. Fue elegido el cardenal Cósimo de Migliorati
como Inocencio VII (1404-1406). Había prometido, como los otros
cardenales del conclave, hacer todo por la unión, en caso de
elección, y, eventualmente, abdicar. Pero no obstante su buena
voluntad, las cosas no fueron adelante en su corto pontificado.
Tras su muerte, se adoptó en el
cónclave una capitulación electoral todavía mas rigurosa, que
obligaba al nuevo papa a participar a toda la cristiandad, en el
plazo de un mes, que estaba dispuesto al sacrificio de la renuncia
y a enviar en el espacio de tres meses legados al papa de Avignon
para iniciar con él un arreglo pacífico. El así elegido Papa
Gregorio XII (1406-1415), Angelo Correr actuó conforme con lo
prometido. Partieron los enviados a Benedicto XIII. Pero respecto
al lugar en que debía celebrarse la entrevista personal, surgió la
desconfianza, porque Savona, primeramente designado, pertenecía al
territorio sometido a la obediencia de Benedicto, y voces
influyentes, entre las cuales estaban las del rey alemán Wenceslao
y su hermano Segismundo prevenían que allí era de temer el influjo
del rey francés. Gregorio XII retrocedió, pero pago esto en 1408
con la defección de todos los cardenales. Estos marcharon a Pisa y
en una memoria dirigida a los príncipes apelaron del “vicario de
Cristo a Cristo mismo” y a un concilio general. Rápidamente el
pensamiento del concilio prevaleció no solo entre los partidarios
de Gregorio XII, sino también en los de Benedicto XIII. Como éste
se resistiera, tuvo que dejar Francia. Se pudo bajo la protección
del rey de Aragón. Solamente Escocia y España siguieron a su lado.
El Concilio de Pisa
Después de treinta años del llamado Cisma de Occidente, la
cristiandad busca con impaciencia el camino hacia la unidad. La
fallida entrevista de Savona probó que ninguno de los dos Papas
rivales, ni Benedicto XIII, ni Gregorio XII, querían ceder
absolutamente en sus derechos. El rey de Francia, Carlos VI,
manifiesta la opinión del clero y los universitarios al indicar
que el único recurso para lo sucesivo es «retirar toda obediencia
a los contendientes». Conscientes del peligro, los seis cardenales
de Aviñón se reúnen en Pisa con nueve cardenales romanos para
preparar la reunión de un concilio. Son apoyados por Florencia,
por Francia, por las universidades; animados por Pedro Philarges;
justificados por el tratado del gran canonista Zabarella, Portugal
y Navarra adoptan, con algunas dudas por parte de Navarra, la
postura francesa, mientras que Castilla es reticente y Aragón,
fiel a Benedicto XIII, es abiertamente hostil.
Los cardenales (y no el concilio,
pese al deseo de muchos de los Padres) eligieron, el 26 de jun.,
al Card. Philarges, quien tomó el nombre de Alejandro V y
manifestó en seguida respecto a la Universidad de París un gran
espíritu de conciliación. Alejandro V moriría el año siguiente,
siendo reemplazado por Juan XXIII, quien, por su carácter y sus
torpezas, cooperó a justificar la lamentable reputación de los
«papas de Pisa».
Efectivamente, ni Benedicto XIII ni
Gregorio XII habían renunciado a sus pretensiones y, lejos de
restablecer la unidad, el concilio terminó creando una tercera
obediencia.
Bibliografía
Gran Enciclopedia Rialp
Orlandis, José; Historia de la Iglesia
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