Dpto. Religión

4º ESO

Curso 2007/08

AÑO  909 /  INICIO DEL SIGLO DE HIERRO DEL PONTIFICADO

Miguel Martínez-Elósegui

                                                                                                                

 En los años finales del S. IX comenzó un largo periodo de agudísima decadencia de la sede romana, que los historiadores conocen bajo el nombre de “siglo oscuro” o “siglo de hierro” de Pontificado. Entre los años 882 y 1046 se sucedieron más de 40 papas y antipapas, quienes, en gran parte indignos y pertenecientes a las más poderosas familias romanas, llevaron consigo a la sede pontificia preocupaciones e intereses primordialmente temporales.

 La causa próxima del Siglo de Hierro fue la caída de la Santa Sede en manos de las facciones feudales que dominaban la ciudad de Roma. Los propios Papas, que aparecen en ciertas épocas estrechamente subordinados al emperador y reducidos a las funciones puramente religiosas y culturales inherentes a su potestad espiritual. Pero el eclipse del poder imperial, en los tiempos duros de la Alta Edad Media, acreditó ser más peligroso todavía que su omnipotencia, pues dejó a la Santa Sede sin escudo protector en plena anarquía feudal, y entregada a la merced de otros poderes  más próximos y más nocivos, como eran los clanes nobiliarios romanos.

 El inicio de la crisis lo constituye la muerte violenta del papa Juan VIII (882): muchos de sus sucesores serán depuestos, encarcelados, asesinados... Los inmediatos sucesores de Juan VIII son pontífices de poco relieve y corta duración: Marino I y S. Adriano III. Esteban V (885-891) consagra en Roma Emperador a Guido de Spoleto, así como Formoso (891-896), al año siguiente, consagra a Lamberto, hijo de Guido.

"El concilio de los cadáveres"

De hecho, el papado está bajo la influencia y el yugo de los duques de Spoleto y el Papa trata de liberarse pidiendo ayuda a Arnolfo de Carintia. El fracaso de la intervención de este último provoca una mayor dependencia del papado de los señores de Spoleto y la enemistad duradera de Lamberto hacia el papa Formoso. A la muerte de éste y tras un pontificado de sólo dos semanas (Bonifacio VI), sube al trono pontificio el arzobispo de Anagni, Esteban VI, quien, por influencia de Lamberto de Spoleto, convoca el denominado concilio de los cadáveres: el cadáver de Formoso fue desenterrado, sometido a un proceso (respondía por él un diácono puesto a su lado), condenado, degradado de las dignidades pontificias, colocado en una fosa común y nuevamente desenterrado y arrojado al Tíber; sus ordenaciones se consideraron inválidas.

 El pueblo de Roma, indignado ante el atroz espectáculo, se levantó contra el Papa Esteban VI (896-97) que había presidido el sínodo (fue arrojado a la cárcel, donde encontró la muerte por estrangulamiento).

 Luego, durante siglo y medio, desfilaron en veloz sucesión cerca de cuarenta papas y antipapas, muchos de los cuales tuvieron pontificados efímeros o murieron de muerte violenta, sin dejar apenas memoria de sí.

 Fueron muy pocos los que tuvieron una personalidad destacada, entre los que sobresale Geberto de Aurillac, famoso por su excepcional cultura, que había sido maestro del joven emperador Otón III, el mismo que le promovió al porticado con el nombre de Silvestre II (993-1003).

 A pesar de importantes esfuerzos por llevar una necesaria reforma a la Iglesia, esta se resistía. Apenas muerto el emperador Otón III, se disputaron el poder imperial las familias nobiliarias, envolviendo en sus disputas a la sede pontificia. S. Enrique II consigue, no obstante, favorecer la reforma de la Iglesia garantizando la posibilidad de un tranquilo pontificado a Benedicto VIII (1012-24). Mientras tanto se celebra en Pavía un sínodo (1022) cuyo tema principal es la reforma del clero. A Benedicto VIII sucede su hermano Juan XIX (1024-32), y a éste un sobrino, Benedicto IX, joven e indigno.

 Una sublevación de los Crescencios en 1045 coloca como Papa a Silvestre III. Benedicto consigue regresar a Roma el mismo año pero, por motivos no claros, renuncia al pontificado, recibiendo en compensación una fuerte suma de dinero de su padrino, Juan Graciano, quien sube al trono pontificio con el nombre de Gregorio VI: se trata de uno de los promotores de la reforma y se rodea de óptimos consejeros, entre los que destaca el monje Hildebrando (futuro S. Gregorio VII). Pero quedaba en el aire la cuestión del irregular modo en el que la elección pontificia había tenido lugar. El sínodo de Sutri (1046), convocado por el Emperador Enrique III, dirime la cuestión declarando depuestos a Benedicto IX y Silvestre III (mientras Gregorio VI, con toda probabilidad, renuncia al cargo) y nombrando Papa al alemán Suidgero de Bamberg (Clemente II: 1046-47). Con este episodio se cierra definitivamente el periodo más triste de la historia del papado.

Uno de los modos más claros de ver que el primado papal es de institución divina y no mera invención humana quizá sea considerar cómo pudo sobrevivir a la prueba del siglo de hierro; y más todavía el comprobar que durante esa época el pontificado siguió cumpliendo su misión al frente de la iglesia universal, sin desviarse un ápice de la doctrina ortodoxa en materia de fe y de costumbres.

 

Bibliografía

Gran Enciclopedia Rialp