Es conocida también por el nombre de Guerra
europea o Gran Guerra. Cuarenta países participaron en esta guerra
como oponentes entre ellos, y como, las repercusiones alcanzaron a
muchos más; por eso se denomina Guerra mundial. Esta guerra se
prolongo durante, cuatro años y tres meses, fue también muy
superior a lo previsto por sus propios responsables, y por culpa
de este duro e injusto acontecimiento, murieron millones de
personas y causó daños incalculables a la Humanidad.
Los orígenes del conflicto.
Los años que van de 1870 a 1914 constituyen el periodo que es
conocido como la bella época, y su sistema de relaciones
internacionales como la «paz armada». El desarrollo tecnológico,
el reforzamiento del poder de los Estados y hasta razones de
prestigio contribuyeron a armar hasta los dientes a las grandes
potencias; pero, al mismo tiempo, se predicaba una paz universal,
se celebraban conferencias internacionales y hasta se llegó a
afirmar que la cultura y la civilización del hombre moderno había
logrado acabar con las guerras, como habían hecho con el tormento
o con la peste.
Pero la paz casi general de 1870-1914, se
basada en convicciones pragmáticas más que en auténticos
principios éticos.
Sin embargo, los mismos intereses que
aconsejaron durante tantos años la paz como un bien apetecible,
llegaron a provocar el espejismo de una guerra que, en caso de
victoria, llevaría al logro, las máximas ambiciones. Pero una
visión puramente economista de la primera Guerra mundial sería
incompleta. Juegan también razones de prestigio, la exacerbación
de los nacionalistas, el ansia de recuperar regiones, o
revanchismos fanáticos, como el francés, latente desde la Guerra
francoprusiana.
La guerra de movimientos.
El 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando,
príncipe heredero del Imperio austro-húngaro, fue asesinado en
Sarajevo por un terrorista bosnio, al servicio de la
organización paneslavista la Mano Negra, dirigida desde
Belgrado. El canciller austriaco, Berchtold, pensaba que era
preciso humillar a Serbia si se quería mantener el prestigio
imperial en los Balcanes. Como la política paneslavista era
alentada a su vez por Rusia y Austria, consultó con Alemania
antes de lanzarse a la acción.
Aunque el canciller germano, Bettmann-Hollweg,
era pacifista, comprendió que no podía perder el único aliado que
le quedaba en Europa, y prometió contener a San Petersburgo
mientras Austria se entendía con Serbia; confiaba que los resortes
diplomáticos bastarían, como en la anterior crisis de Bosnia, en
1908, para asegurar la inhibición rusa. Aquí estuvo la fatal
equivocación. |
Archiduque
Francisco Fernando |
Contando con el apoyo alemán, Austria declaró
la guerra a Serbia el 28 de julio. Rusia, para intimidar a
Austria, ordenó la movilización general, no sólo contra Austria,
sino también, contra Alemania. A su vez Alemania pretendió
contener a Rusia con un ultimátum que, contra lo que esperaba el
Kaiser Guillermo II, no evitó la movilización rusa. El 1 de agosto
de 1914 comenzaron las hostilidades entre los rusos y los
alemanes. Un día más tarde, Alemania exigió a Francia la
neutralidad, y se encontró con una dura respuesta de París, porque
ésta, a su vez ordenó la movilización general. Como los Estados
Mayores fiaban el éxito de las operaciones en la rapidez del
ataque inicial, los alemanes decidieron comenzar, sin más, la
invasión de Francia, no sólo a través de la frontera común, sino
utilizando a Bélgica para provocar un movimiento envolvente. La
agresión alemana al pequeño país sirvió a Gran Bretaña, aunque sus
motivos de fondo eran muy distintos, como pretexto para declarar
la guerra a Alemania. Un fatal proceso en cadena había convertido
la disputa austro-serbia en una gran guerra europea.
Las operaciones se desarrollaron en un
principio con tal rapidez, que se generalizó el convencimiento de
que el conflicto habría terminado antes de las Navidades. Mientras
los rusos invadían Alemania por la Prusia oriental, los alemanes
atacaban con todas sus fuerzas en el Oeste para aplastar a
Francia. Pero la necesidad de retirar divisiones para contener el
empuje ruso en el Este, dejó a los alemanes en inferioridad
numérica, y les impidió dar a su frente de ataque, la amplitud
prevista. Del propio París partió el contraataque del general
Joffre, que embistió un flanco, al enemigo. La batalla del Mame
(6-14 de septiembre) detuvo el avance alemán, aunque no consiguió
dar la iniciativa a los franceses. El frente quedó a medias.
Más espectacular aún fue el fracaso ruso en
Prusia oriental. Cuando las tropas rusas de Samsonov se
aproximaban a Kónigsberg, Alemania contraatacó de improviso y, en
dos batallas sucesivas (Tannenberg, 25-29 de agosto; Lagos
mazurianos, 5-12 de septiembre) aniquiló por separado a las dos
fracciones en que se había dividido el ejército ruso. En unas
semanas, Rusia había perdido toda oportunidad de vencer a
Alemania; pero, a su vez, los alemanes, no se sentían en
condiciones de invadir el inmenso país ruso. También aquí se había
pasado inesperadamente de la espectacular guerra de movimientos a
la odiosa guerra de posiciones.
Guerra de
trincheras |
La guerra de
posiciones. Trincheras, parapetos fortificados, duelos de
artillería e intentos fallidos de romper el frente, constituyeron
desde entonces el panorama habitual de la guerra, sobre todo en el
Oeste. La escasez de grandes movimientos no ahorró crueldad a la
lucha, sino más bien todo lo contrario, pues los intentos de
romper la situación de empate, obligaron a ambos bandos a
tremendos esfuerzos y brutales sangrías.
Los alemanes hubieran quizá podido decidir la
guerra en el frente occidental en 1915, debido a su superior
producción de armamentos, que en una guerra de desgaste hubiera
obligado a los aliados occidentales a agotar sus reservas de
municiones, entonces escasas, pero se decidieron por atacar hacía
el Este, en donde conquistaron gran parte de Polonia. Pero el
gigante ruso seguía resistiendo, y los alemanes hubieron de frenar
su avance, so pena de debilitar excesivamente sus líneas. |
En 1916 se intensificó la espantosa guerra de
desgaste. En ambos bandos comenzaba a cundir el desaliento.
Menudearon las deserciones entre las tropas y se tantearon ofertas
de paz, que fracasaron por intransigencias de unos y otros,
especialmente de los aliados occidentales, que sabían que una
guerra larga acabaría agotando a sus adversarios. El conflicto
prosiguió, más fuerte que nunca.
La guerra definitiva.
El fracaso de los intentos de arreglo endureció las posiciones, y
provocó en la contienda un carácter de «guerra total».
Los alemanes, cercados en su reducto
continental por un enemigo que dominaba las comunicaciones con el
resto del mundo, pensaron bloquear a su vez el abastecimiento
aliado mediante la intensificación de la guerra submarina. Los
sumergibles germanos, proyectados en un principio para destruir la
armada británica, se habían revelado como un arma formidable
contra los buques mercantes. Los ataques a buques neutrales que
comerciaban con los aliados les ganaron la enemistad de medio
mundo, y sobre todo de los Estados Unidos, que declararon la
guerra a Alemania el 2 de abril.
En febrero de 1917 había estallado la
revolución en Rusia. El Imperio ruso se venía abajo y los alemanes
comprendieron que la ocasión era única para acabar con el frente
del Este. Toda la primavera y verano de 1917 fueron de
espectaculares avances germanos en el corazón de Rusia: Letonia,
Rusia Blanca y Ucrania fueron ocupadas en agosto y septiembre. Una
segunda revolución, la soviética de octubre, implantó la dictadura
comunista de Lenin, decidió el fin de la guerra en el frente
oriental. El 15 de diciembre se llegó a la paz de Brest Litovsk (3
mar. 1918) deparaba a Alemania la victoria sobre Rusia. Lenin,
aunque había perdido inmensos territorios, quedaba con las manos
libres para hacer su revolución.
Alemania, entonces, También quedó con las
manos libres para realizar un supremo esfuerzo en el Oeste. Ya en
el otoño de 1917 habían dejado a Italia prácticamente fuera de
combate, tras la espectacular victoria de Caporetto. El año 1918
iba a presenciar así la decisión final de la guerra en el
atormentado frente francés. Ludendorff comprendió que era preciso
apresurarse, porque los refuerzos norteamericanos llegaban a
Europa con más celeridad de lo que se había previsto.
El 21 de marzo de 1918 comenzó la ofensiva
final de los alemanes. La primera embestida, en marzo, llegó casi
hasta París, pero las tropas alemanas destinadas a abrir por el
sector de Reims un camino más fácil hacia París, mostraron su
agotamiento. Los aliados, que contaban ya con un millón de
soldados norteamericanos, habían logrado una superioridad numérica
increíble en muy poco tiempo. |
Hubo millones de
muertos |
En agosto comenzó a derrumbarse el frente
alemán. En septiembre, el avance aliado se hizo más fácil,
mientras los italianos contraatacaban por Venecia, y los turcos se
veían impotentes ante la invasión de Mesopotamia. El 16 de octubre
estalló la revolución en Praga, y en pocos días el decadente
Imperio austro-húngaro se vino abajo. A fines de octubre, los
turcos pedían la paz, y el 3 de noviembre Austria-Hungría hacía lo
mismo.
Alemania, aunque dominaba todavía Bélgica y
un trozo de territorio francés, se desmoronaba también
interiormente. Ya a primeros de noviembre empezaron a registrarse
alzamientos socialistas en el Norte de Alemania y la cuenca del
Ruhr. Guillermo II huyó a Holanda, mientras un Gobierno
provisional socialista solicitaba de los aliados el armisticio,
que se firmó el 11 de noviembre de 1918.
Conclusión.
La primera Guerra mundial fue uno de los
traumas más graves sufridos hasta entonces por la Humanidad.
Surgida de una alocamiento que casi nadie comprendió, en un
momento en que casi todas las potencias de Europa estaban
dirigidas por políticos pacifistas, fue un tremendo error de
cálculo, aparte sus injustificables motivaciones desde el punto de
vista ético, que pronto desengañó a todos. Pero el honor y el
prestigio nacional obcecó a los contendientes hasta el punto de
que, aun reconociendo muchas veces la falta de sentido de aquella
lucha, no sólo no permitió una reconciliación a tiempo, sino que
condujo a una paz basada en la venganza y el odio, que no haría
más que acumular afanes de revancha en el bando vencido, y
facilitaría el camino de un segundo conflicto, todavía más grave,
una generación más tarde.
Diez millones de muertos, de 70 millones de
hombres movilizados, 20 millones de heridos, ocho naciones
invadidas, 12 millones de t. de buques enviadas al fondo del mar y
400.000 millones de dólares, cuentan entre las pérdidas
materiales. Las morales, imposibles de recoger en estadísticas,
fueron sin duda más graves aún. Toda la confianza del hombre de
Occidente en sí mismo, denominador común de la era del positivismo
y de la bella época, se derrumbó catastróficamente. La angustia
llenó los campos de la filosofía, la literatura y el arte. El
mundo no había de vivir ya un momento de apacible seguridad y de
confianza en el futuro.
Benedicto XV se esforzó, sin éxito, en lograr
la paz entre los bandos beligerantes. Al finalizar la guerra envió
un legado que participó en la elaboración del Tratado de Versalles.
La guerra y su resolución fueron ocasión para
que, durante su pontificado, fuera expuesta con firmeza la
doctrina católica sobre la paz, la guerra justa y el derecho de
los pueblos (encíclica pacem Dei munus, 1920); Benedicto XV
impulsó la participación de instituciones católicas en la
asistencia de heridos, enfermos y refugiados de la guerra.
Bibliografía
Enciclopedia GER
Libro de Religión 4º ESO – Kairos- Casals |