Dpto. Religión

4º ESO

Curso 2006/07

AÑO  70     /    DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN

 
                                                                                                                

En el año 70, las tropas romanas que invadieron Jerusalén destruyeron el templo. Este hecho tiene una gran importancia. Jesús había hablado de la destrucción de la ciudad y de su templo cuarenta años antes.

Para Israel, la ciudad de Jerusalén y el Templo lo eran todo, y no sólo en el aspecto religioso sino también en el social y el económico. Su destrucción significó la destrucción de toda la nación.

Para la realización del trabajo hemos recurrido a la obra de Flavio Josefo, por lo que dividimos el trabajo en varios bloques:  El Templo de Jerusalén, Jesús en el Templo, Profecías de Jesús sobre Jerusalén y el Templo, Flavio Josefo, Destrucción del Templo y conquista de Jerusalén y Bibliogafía

El Templo de Jerusalén

El centro del culto de la nación judía lo constituía principalmente el Templo.

El Templo primitivo fue construido por Salomón y destruido por Nabuconodosor en 588; y reconstruido por Zorobabel, a la vuelta del cautiverio de Babilonia, en el mismo sitio del anterior.

Este segundo templo fue el que agrandó y embelleció Herodes. En primer lugar, se amplió considerablemente la explanada, lo que exigió grandes proezas de ingeniería. El muro de contención debía resistir grandes tensiones. Dos de sus esquinas colgaban sobre el valle y la plataforma estaba allí a unos 45 m. por encima del suelo. En la esquina del sureste hubo que sostener la plataforma con una serie de arcos, conocidos en la actualidad como los establos de Salomón.

Templo de Jerusalén

En la parte exterior estaba el patio de los gentiles, rodeado de una muralla almenada; los cuatro lados del patio estaban rodeados de suntuosos pórticos al estilo helenista. Sobre el muro donde finalizaba el atrio de los Gentiles, podían leerse rótulos en hebreo, griego y latín. Estos rótulos advertían muy seriamente que todo no judío que traspasara aquel límite, sería castigado con la muerte.

En el centro de este patio comenzaba el templo propiamente dicho.

En primer lugar, el patio de las mujeres; en cada uno de sus ángulos se levantaban algunas salas. Venía luego el patio de Israel reservado a los hombres, separado por una balaustrada del patio de los sacerdotes. Allí estaba el altar, así como los mataderos. Alrededor de todo este espacio, nuevos pórticos y salones. El santuario era una imitación del de Salomón: un vestíbulo con una entrada majestuosa; la mesa de los panes de la proposición y el gran candelabro de los siete brazos, el altar de los perfumes. Finalmente, separado por una cortina doble, el Santo de los Santos, en el que sólo el sumo sacerdote entraba el día de la fiesta de la Expiación.

Templo de Jerusalén

Profecías de Jesús sobre Jerusalén y el Templo

Durante su vida en la tierra, Jesús realizó distintas profecias sobre la suerte de Jerusaén, la ciudad santa, y su Templo.

- Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. (...) y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles.  (Lucas 21:20-24.)

- Después que Jesús salió del Templo, mientras se alejaba, se acercaron sus discípulos para llamar su atención sobre las construcciones del Templo. Pero él les dijo: ¿Veis todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida. (Mt 24, 1-2).

- ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados; cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste! He aquí que vuestra casa se os va a quedar desierta. Os aseguro que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor. (Lc 13, 34-35)

Jesús en el Templo

 Jesús aprendería de sus padres el respeto y el amor por el Templo y la ciudad santa: «Sus padres iban todos los años a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años subieron a la fiesta como era costumbre...» (Lc 2, 41-42).

A poco de haber nacido, Jesús fue llevado al Templo lugar para la purificación de su madre tras el parto y «para presentarlo a1 Señor, como está escrito en la 1ey» (Lc 2, 22-23).

Cuando más tarde se convirtió en sujeto del tributo que obligaba a todo judío para el mantenimiento y culto del Templo, Jesús lo pagó regularmente, sin poner ninguna objeción: «Cuando entraron en Cafarnaúm, los recaudadores del tributo se acercaron a Pedro y le dijeron: "¿No paga vuestro Maestrea la didracma?" Respondió: "Si'» (Mt 17, 24).

Su amor por el Templo era tal que los Evangelistas narraron la expulsión de los mercaderes:  Entró Jesús en el Templo y expulsó a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas, mientras les decía: Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la estáis haciendo una cueva de ladrones. (Mt 21, 12-13)

Expulsión del Templo

Flavio Josefo

En el año 67 d.C., el emperador Nerón envió al general Tito Flavio Vespasiano a Palestina para sofocar una rebelión de la población judaica, que ya hacía años que duraba. Vespasiano venció a los judíos en Galilea y, en la conquista de la ciudad de Jotapata hizo prisionero a un joven llamado José ben Matías, que era considerado como caudillo de los rebeldes de Galilea. Este José ben Matías estuvo entre los escasísimos supervivientes a los que se les respetó la vida. Al ser hecho prisionero fue llevado ante Vespasiano, y le pronosticó quo se convertiría en emperador.

Cuando al cabo de dos años, Vespasiano entró en Roma como emperador, llevó consigo a José ben Matías, le concedió la ciudadanía romana y lo nombró historiador oficial del imperio.

Se hizo llamar Flavio Josefo y después de la destrucción de Jerusalén y de la definitiva ruina de Israel, Josefo se estableció definitivamente en Roma donde escribiría La guerra de los judíos; en la que describe la formidable tragedia de la que fue protagonista y testigo entre los años 66 y 70.

Destrucción del Templo y conquista de Jerusalén

 Las facciones radicales judías de Jerusalén estaban totalmente decididas a sacudirse el yugo romano. En el año 66 d.C., Roma envió a las legiones acaudilladas por Cestio Galo, gobernador de Siria. Años más tarde, el año 70 d.C., el general Tito marchó a conquistar Jerusalén y su grandioso Templo.

Legiones romanas

Tito exhortó a los judíos a rendir la ciudad a fin de salvar la vida. A continuación, cercó la ciudad con estacas puntiagudas, eliminando la posibilidad de escapar o desplazarse.

El general romano puso todo su empeño en salvar el Templo. Tanto es así que comenta Favio Josefo «despertaron la irritación no sólo de sus soldados sino también de sus oficiales puesto que, por salvar un templo extranjero causaba daños y perjuicios a sus hombres».

Finalmente Tito se decidió lanzar un ataque contra la parte exterior del Templo y ordenó incendiar las puertas exteriores de los atrios y entonces, según narra Flavio Josefo, «se propagó rápidamente el fuego a la madera, envolviendo a los pórticos en un mar de llamas.

Tito ordenó apagar las llamas y abrir una brecha en dirección a las puertas matando a los resistentes y salvando al mismo tiempo la construcción, ya que quería apoderarse del edificio que se había convertido en el núcleo principal de la resistencia.

«Tito decidió que si los judíos tomaban posiciones en el templo para continuar la resistencia, habría que emplearse a fondo contra las cosas en vez de contra los hombres, pero en ningún caso habría que entregar a las llamas aquella magnífica construcción...»

El 16 de agosto del año 70, «Tito se retiró a la Torre Antonia, decidido a desencadenar al amanecer un asalto con todos sus efectivos para apoderarse de todas las partes del Templo».

«Cuando Tito se retiró, los rebeldes, tras una breve pausa, se arrojaron nuevamente contra los romanos y hubo una encarnizada lucha entre los defensores del santuario que intentaban apagar el fuego en la explanada interior».

«Aquellos (los legionario), tras haber puesto en fuga a los judíos, los persiguieron hasta el interior del Templo y entonces un soldado, sin aguardar órdenes y sin demostrar temor alguno en cometer tan terrible acción, echó mano de una antorcha y, secundado por uno de sus compañeros, la arrojó a través de una ventana dorada que daba a las estancias próximas al santuario en la parte norte».

«Alguien corrió a avisar a Tito, que se había retirado a su tienda para descansar un poco. Puesto en pie, fue tal y como se encontraba hacia el Templo para intentar dominar el incendio. Lo siguieron todos sus generales, y a éstos les siguieron muy alteradas las legiones, formándose un gran griterío y confusión, como era inevitable en el avance desordenado de fuerzas tan numerosas. Ya con su voz, ya con la mano, César dio orden a los combatientes de apagar el fuego, pero ellos no oían sus palabras, ensordecidos por un griterío cada vez mayor, ni prestaron atención a las señales que les hacía con la mano, enardecidos como estaban en la lucha o arrastrados por el frenesí. Para detener el ímpetu de los legionarios no sirvieron ni requerimientos ni las amenazas, pues todos se dejaron llevar por la furia».

«De repente, uno de los que habían entrado en el templo, cuando ya César había salido para intentar detener a los soldados, lanzó en la oscuridad una antorcha contra los goznes de la puerta (la del Sancta Sanctorum). Tras la inmediata extensión del fuego hacia el interior, César y sus generales se retiraron y ya nadie impidió a los soldados que estaban fuera propagar el incendio».

Bibliografía

- Los Evangelios

- Flavio Josefo; La guerra de los judíos.

- Messori; ¿Padeció bajo Poncio Pilato?