Dpto. Religión

4º ESO

Curso 2006/07

AÑO 104      /    MUERTE DE SAN JUAN

Fernando Goena

Juan Lasheras

                                                                                                                

Para hablar de la muerte de San Juan, hemos desarrollado el siguiente esquema en donde no solamente hablamos de su muerte: San Juan junto a Jesús; San Juan después de Pentecostés; San Juan ancianoMuerte de San Juan y Bibliografía.

 

San Juan junto a Jesús

La vida del "discípulo a quien amaba Jesús" -frase con que él mismo se señala en el Evangelio (Jn 13, 23)- se divide en tres etapas: la primera, la conocemos por los libros sagrados del Nuevo Testamento; la segunda nos es casi absolutamente desconocida y la constituye un largo período de años, del cual apenas sabemos dato alguno; de la tercera nos han llegado muchos, a través de los primitivos escritores cristianos y de una firme tradición. -

Fue San Juan Evangelista natural de Betsaida, a orillas del lago de Tiberíades o de Galilea. Por tanto, de la misma patria de San Pedro y de Santiago el Mayor, de quien era hermano. Sabido es que los dos hermanos, hijos de Zebedeo y Salomé, fueron llamados por Jesús "hijos del trueno", por su entusiasmo y fogosidad (Mc 3, 13-19).

Al igual que al resto de los Apóstoles, San Juan fue elegido directamente por Jesús para ser su discípulo, y san Juan respondió que sí, con generosidad, aunque eso le llevase a abandonar la comodidad de su vida e ir detrás de una vida gozosa pero no exenta de peligros. En el evangelio vemos como San Juan ya estaba con San Juan Bautista. Es más, fue éste quine les señalo a Jesús llamándolo "el Cordero de Dios" (Jn 1, 35). No se arrepintió nunca el apóstol de haber seguido de joven a Jesús, tanto es así, que siendo ya anciano, recordaba perfectamente aquella hora de su vocación: "era la hora décima" (Jn 1, 39).

Pedro, Santiago y Juan formaron el grupo predilecto de Jesús. Los tres presenciaron su Transfiguración, le acompañaban en el momento de la resurrección de la hijita de Jairo, fueron testigos de su agonía en Getsemaní (Mc 14,33).

San Juan fue el único de los apóstoles que se encontraba en el Calvario cuando crucificaron a Jesús. Escucho las impresionantes palabras que le dirigió Jesús desde lo alto de la cruz: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Jn 19, 27).

Entre las predilecciones particulares que el Maestro reservó a Juan, recordemos que en la última Cena le dejó reclinar la cabeza sobre su costado, que fue el único discípulo suyo que estuvo al pie de la cruz, que poco antes de morir en ella le dejó encomendada a su Madre... Y comprobó que el sepulcro estaba vacío en la misma mañana de la Resurrección (Jn 20, 1-10).

«Ahí tienes a tu madre»

San Juan después de Pentecostés

Desde los indicados días de Pentecostés hasta iniciados los últimos treinta años del siglo apostólico, un silencio casi absoluto rodea a San Juan, por parte de la Tradición y por parte de la Escritura. Sabemos que predicó en Samaria, que asistió al Concilio de Jerusalén el año 50, que vivió al lado de María.

Pero en el ocaso del primer siglo cristiano reaparece con toda su prestancia la figura de Juan; reaparece nada menos que dominando el fin de la era apostólica con una majestad incomparable, debida al poder de su palabra, al prestigio de su autoridad.

En un momento que es difícil precisar, entre la muerte de San Pedro y San Pablo y la ruina de Jerusalén, fue Juan a establecerse en Éfeso. Probabilísimamente hacia el año 68. Siguióle, en emigración, una verdadera colonia jerosolimitana, lo cual se explica perfectamente por el movimiento de dispersión que tuvo lugar en aquellos tiempos de guerra judaico-romana y de crisis de la Ciudad Santa, poco antes de su temida ruina, anunciada por Jesucristo, y consumada el año 70.

San Juan Evangelista

Hacia el año 130, San Papías, el famoso obispo de Hierápolis, diócesis de la Frigia, uno de los discípulos inmediatos del Evangelista, en un texto que nos ha sido transmitido por el primer gran historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea, habla con profunda veneración de su Maestro fallecido pocos años antes, a quien llama "Juan el Anciano, discípulo del Señor".

San Juan anciano

Por varias fuentes sabemos la vitalidad de la comunidad cristiana de Éfeso, regida un tiempo por San Pablo, y después por San Juan.

No es extraño que bajo el báculo de Juan fuera metrópoli de la provincia eclesiástica más activa. Y la figura de Juan se agiganta cuando queda único sobreviviente del Colegio Apostólico, único representante del grupo íntimo de discípulos que había recibido las confidencias del Salvador. Entonces las miradas todas de la Iglesia se dirigieron al Discípulo predilecto.

Cuando habían desaparecido todos los "testigos de la palabra", los oyentes de Jesús, quedaba allí Juan, que había visto al Maestro con sus ojos, y le había tocado con sus manos, y había recogido las últimas palabras de su vida mortal.

 

Muerte de San Juan

Es de suponer que semejantes noticias acerca del prestigio de Juan debieron de llegar al emperador Domiciano. Estamos en el bienio 94-96, que fue el tiempo en que se desplegó su persecución. Sabemos por Eusebio de Cesarea, que el Emperador dispuso la detención de varios orientales, por sospecharles especiales autores de la creencia, muy extendida en Oriente, sobre un próximo reino de Jesús de Nazaret. Es Tertuliano, el gran apologista (siglos II-III), quien cuenta que San Juan sufrió en Roma la terrible prueba del aceite hirviente. La tradición señala como lugar del hecho la Puerta Latina, o mejor dicho, el espacio que ocupó más tarde dicho portazgo romano: un campo de las afueras de la Urbe, al principio de la vía que atravesaba el Lacio.

      

       Tortura a San Juan

La isla de Patmos

Podemos imaginar la escena: El venerable anciano ha sido echado, con las manos atadas, en una gran caldera llena de aceite que hierve y chisporrotea; los verdugos atizan el fuego y le contemplan estupefactos, reza el Mártir con los ojos fijos en el Cielo: se le ve intacto, sereno, alegre.

Se desiste de traer nuevas cargas de leña y de revolver el brasero; es inútil: nada puede hacer daño a la carne virginal de aquel hombre prodigioso; el fuego le respeta y el aceite que arde es para él como un rocío.

Tertuliano lo narra con emoción, añadiendo que el Evangelista, después de haber salido incólume del perverso baño, fue desterrado, por orden imperial, a una isla. Consta históricamente que fue la de Patmos, una de las Espóradas, en el mar Egeo, árida, agreste, volcánica; allí tendrá las visiones del Apocalipsis y permanecerá largos meses, hasta la muerte de Domiciano, para regresar a su Éfeso querida, amparado por una amnistía general, decretada por Nerva, benigno emperador inmediato.

La tradición nos ha transmitido un hermoso anecdotario de la última vejez del Apóstol. Entusiasta de la pureza de la fe, no se recató de manifestar su más absoluta repugnancia contra las primeras herejías que en la Iglesia aparecieron.

Es el mismo San Jerónimo el que, en su libro Sobre los Escritores Eclesiásticos, intenta establecer la cronología del cuarto Evangelista y dice que vivió hasta los plenos días del Emperador Trajano (98-117) y falleció sesenta y ocho años después de la Pasión del Señor.

 

Bibliografía

- www.multimedios.org

- www.wikipedia