Para hablar de la muerte de San Juan, hemos desarrollado el siguiente
esquema en donde no solamente hablamos de su muerte:
San
Juan junto a Jesús; San
Juan después de Pentecostés; San Juan
anciano; Muerte de San Juan
y Bibliografía.
San Juan junto a Jesús
La vida del "discípulo a
quien amaba Jesús" -frase con que él mismo se señala en el Evangelio (Jn
13, 23)- se divide en tres etapas: la primera, la conocemos por los
libros sagrados del Nuevo Testamento; la segunda nos es casi
absolutamente desconocida y la constituye un largo período de años,
del cual apenas sabemos dato alguno; de la tercera nos han llegado
muchos, a través de los primitivos escritores cristianos y de una
firme tradición. -
Fue San Juan Evangelista
natural de Betsaida, a orillas del lago de Tiberíades o de Galilea.
Por tanto, de la misma patria de San Pedro y de Santiago el Mayor, de
quien era hermano. Sabido es que los dos hermanos, hijos de Zebedeo y
Salomé, fueron llamados por Jesús "hijos del trueno", por su
entusiasmo y fogosidad (Mc 3, 13-19).
Al igual que al resto de los
Apóstoles, San Juan fue elegido directamente por Jesús para ser su
discípulo, y san Juan respondió que sí, con generosidad, aunque eso le
llevase a abandonar la comodidad de su vida e ir detrás de una vida
gozosa pero no exenta de peligros. En el evangelio vemos como San Juan
ya estaba con San Juan Bautista. Es más, fue éste quine les señalo a
Jesús llamándolo "el Cordero de Dios" (Jn 1, 35). No se arrepintió
nunca el apóstol de haber seguido de joven a Jesús, tanto es así, que
siendo ya anciano, recordaba perfectamente aquella hora de su
vocación: "era la hora décima" (Jn 1, 39).
Pedro, Santiago y Juan
formaron el grupo predilecto de Jesús. Los tres presenciaron su
Transfiguración, le acompañaban en el momento de la resurrección de la
hijita de Jairo, fueron testigos de su agonía en Getsemaní (Mc 14,33).
San Juan fue el único de los
apóstoles que se encontraba en el Calvario cuando crucificaron a
Jesús. Escucho las impresionantes palabras que le dirigió Jesús desde
lo alto de la cruz:
«Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió
en su casa. (Jn 19, 27).
Entre las predilecciones
particulares que el Maestro reservó a Juan, recordemos que en la
última Cena le dejó reclinar la cabeza sobre su costado, que fue el
único discípulo suyo que estuvo al pie de la cruz, que poco antes de
morir en ella le dejó encomendada a su Madre... Y comprobó que el
sepulcro estaba vacío en la misma mañana de la Resurrección (Jn 20,
1-10).
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«Ahí tienes a tu madre» |
San Juan después de
Pentecostés
Desde los indicados días de
Pentecostés hasta iniciados los últimos treinta años del siglo
apostólico, un silencio casi absoluto rodea a San Juan, por parte de
la Tradición y por parte de la Escritura. Sabemos que predicó en
Samaria, que asistió al Concilio de Jerusalén el año 50, que vivió al
lado de María.
Pero en el ocaso del primer
siglo cristiano reaparece con toda su prestancia la figura de Juan;
reaparece nada menos que dominando el fin de la era apostólica con una
majestad incomparable, debida al poder de su palabra, al prestigio de
su autoridad.
En un momento que es difícil
precisar, entre la muerte de San Pedro y San Pablo y la ruina de
Jerusalén, fue Juan a establecerse en Éfeso. Probabilísimamente hacia
el año 68. Siguióle, en emigración, una verdadera colonia
jerosolimitana, lo cual se explica perfectamente por el movimiento de
dispersión que tuvo lugar en aquellos tiempos de guerra judaico-romana
y de crisis de la Ciudad Santa, poco antes de su temida ruina,
anunciada por Jesucristo, y consumada el año 70.
San Juan Evangelista |
Hacia el año 130, San Papías,
el famoso obispo de Hierápolis, diócesis de la Frigia, uno de los
discípulos inmediatos del Evangelista, en un texto que nos ha sido
transmitido por el primer gran historiador eclesiástico Eusebio de
Cesarea, habla con profunda veneración de su Maestro fallecido pocos
años antes, a quien llama "Juan el Anciano, discípulo del Señor".
San Juan
anciano
Por varias fuentes sabemos la
vitalidad de la comunidad cristiana de Éfeso, regida un tiempo por San
Pablo, y después por San Juan.
No es extraño que bajo el
báculo de Juan fuera metrópoli de la provincia eclesiástica más
activa. Y la figura de Juan se agiganta cuando queda único
sobreviviente del Colegio Apostólico, único representante del grupo
íntimo de discípulos que había recibido las confidencias del Salvador.
Entonces las miradas todas de la Iglesia se dirigieron al Discípulo
predilecto.
Cuando habían desaparecido
todos los "testigos de la palabra", los oyentes de Jesús, quedaba allí
Juan, que había visto al Maestro con sus ojos, y le había tocado con
sus manos, y había recogido las últimas palabras de su vida mortal.
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Muerte
de San Juan
Es de suponer que semejantes
noticias acerca del prestigio de Juan debieron de llegar al emperador
Domiciano. Estamos en el bienio 94-96, que fue el tiempo en que se
desplegó su persecución. Sabemos por Eusebio de Cesarea, que el
Emperador dispuso la detención de varios orientales, por sospecharles
especiales autores de la creencia, muy extendida en Oriente, sobre un
próximo reino de Jesús de Nazaret. Es Tertuliano, el gran apologista
(siglos II-III), quien cuenta que San Juan sufrió en Roma la terrible
prueba del aceite hirviente. La tradición señala como lugar del hecho
la Puerta Latina, o mejor dicho, el espacio que ocupó más tarde dicho
portazgo romano: un campo de las afueras de la Urbe, al principio de
la vía que atravesaba el Lacio.
Tortura a San Juan |
La isla de Patmos |
Podemos imaginar la escena:
El venerable anciano ha sido echado, con las manos atadas, en una gran
caldera llena de aceite que hierve y chisporrotea; los verdugos atizan
el fuego y le contemplan estupefactos, reza el Mártir con los ojos
fijos en el Cielo: se le ve intacto, sereno, alegre.
Se desiste de traer nuevas
cargas de leña y de revolver el brasero; es inútil: nada puede hacer
daño a la carne virginal de aquel hombre prodigioso; el fuego le
respeta y el aceite que arde es para él como un rocío.
Tertuliano lo narra con
emoción, añadiendo que el Evangelista, después de haber salido
incólume del perverso baño, fue desterrado, por orden imperial, a una
isla. Consta históricamente que fue la de Patmos, una de las Espóradas,
en el mar Egeo, árida, agreste, volcánica; allí tendrá las visiones
del Apocalipsis y permanecerá largos meses, hasta la muerte de
Domiciano, para regresar a su Éfeso querida, amparado por una amnistía
general, decretada por Nerva, benigno emperador inmediato.
La tradición nos ha
transmitido un hermoso anecdotario de la última vejez del Apóstol.
Entusiasta de la pureza de la fe, no se recató de manifestar su más
absoluta repugnancia contra las primeras herejías que en la Iglesia
aparecieron.
Es el mismo San Jerónimo el
que, en su libro Sobre los Escritores Eclesiásticos, intenta
establecer la cronología del cuarto Evangelista y dice que vivió hasta
los plenos días del Emperador Trajano (98-117) y falleció sesenta y
ocho años después de la Pasión del Señor.
Bibliografía
- www.multimedios.org
- www.wikipedia
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