El tema de la posibilidad del sacerdocio femenino
es reciente y forma parte de lo que algunos movimientos feministas consideran
como parte de las "reivindicaciones" en favor de la dignidad de la mujer en
vistas a lograr su plena igualdad con el varón.
Ante todo, es importante señalar que muchas veces
se confunde la igualdad de dignidad con la igualdad de funciones. Es obvio
que varón y mujer son diversos y, por ello mismo, complementarios. Teniendo,
pues, la misma dignidad, tienen diferentes funciones en la vida.
Cuando el Papa Juan Pablo II descartó toda
posibilidad de debate dentro de la Iglesia sobre la posibilidad de aceptar
el sacerdocio femenino, señaló que las mujeres no pueden ser sacerdotes
porque el mismo Cristo, que instituyó el Sacramento, determinó que fueran
varones quienes ejerzan este ministerio.
El sentido del sacerdocio,
según explica la Iglesia, es "el ser OTRO CRISTO..., hasta el punto que los
sacerdotes actúan en su nombre y en la persona de Cristo, de modo que Cristo
está siempre presente en su Iglesia gracias a sus sacerdotes". En este
sentido, el sacerdote representa a Jesucristo, actúa en la persona de
Cristo, y los signos sacramentales tienen que parecerse a lo que significan,
por eso un varón representa a Cristo
Por este motivo, en su carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis, el Papa
Juan Pablo II explica claramente que la ordenación de mujeres no es ni será
permitida porque "la Iglesia no tiene de ninguna manera la facultad de darle
a las mujeres la ordenación sacerdotal, y esta sentencia debe ser
considerada de modo definitivo por todos los fieles de la Iglesia".
Es un hecho de la revelación que Dios se nos ha
manifestado como Padre. Esto no quiere decir que la
dignidad de la mujer esté subordinada en la Iglesia,
sino que cada uno desde su puesto, varón y mujer,
están llamados a la santidad y a evangelizar dentro
de la Iglesia.
Los sacerdotes cumplen una función de servicio
sacramental específica. Sin embargo, una visión mundana cada vez más
dominante ha llevado a ver el sacerdocio como un puesto de poder e
influencia, como una suerte de "puesto de gerencia" en la Iglesia. Esta
visión ha llevado a algunos a preguntarse: "¿Si una mujer actualmente puede
ser gerente de una empresa, por qué no puede ser sacerdote?"
Esta visión entiende erróneamente a la Iglesia
ante todo como una estructura de poder donde quienes no "pueden" ser
"gerentes" están "oprimidos" por el "sistema". Sin embargo, la Iglesia es
ante todo el cuerpo místico de Cristo, en el que todos sus miembros, como
enseña San Pablo, cumplen diferentes funciones. En un cuerpo, todos los
miembros son diferentes uno del otro, y unos cumplen funciones más vistosas
o llamativas que otros. Sin embargo, ningún miembro puede despreciar a otro
porque el cuerpo necesita de todos. En otras palabras, todos, pese a
desempeñar diversas funciones, comparten la misma dignidad.
El ejemplo más sublime lo tenemos en María. A ella,
Inmaculada, Madre de Cristo y primera cristiana, el Hijo de Dios, su propio
hijo, no le confirió el ministerio sacerdotal; sin embargo, nadie en la
historia merece mayor reconocimiento que ella. Ningún otro ser humano nacido
de varón y mujer puede proclamar como ella que "todas las generaciones me
llamarán bienaventurada porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí."
Esto demuestra que el impedimento del sacerdocio ministerial en nada afecta
la capacidad de la mujer de realizarse plenamente en la Iglesia e incluso de
influir decisivamente en su vida y en la historia.
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