San Pablo

 

Carta a los Colosenses

Colosas era en tiempos de San Pablo una ciudad pequeña del Asia Menor. Estaba situada en una región llamada Frigia, en el valle del río Lico, afluente del Merlandio. Pablo visito esta región al menos en dos, ocasiones. La primera en su segundo viaje, cuando desde Listra e Iconio se dirigía a Galacia; la segunda, durante el tercer viaje, por breve tiempo, para alentar en la fe a los discípulos de Frigia. Sin embargo, en todo el libro de Hechos de los Apóstoles no se hace referencia a que San Pablo pasase por Colosas en alguno de sus viajes. El propio Apóstol parece indicar que no conocía personalmente a los colosenses. Fue Epafras, natural de Colosas y discípulo de Pablo, quien recibió la misión de predicar en su ciudad.

Epafras informó al Apóstol de una preocupante situación doctrinal originada en aquella comunidad. Quizá se trataba de la infiltración entre los cristianos de Colosas de una primera gnosis transmitida por viajeros judíos.

 

Las doctrinas gnósticas comenzaron a extenderse en los países del Imperio romano a mediados o principios del siglo I d.C., principalmente a través de algunos judíos decepcionados de su propia historia y tradición y enfrentados con éstas, en conexión con algunos ambientes filosóficos o religiosos helénicos, que ya habían sufrido influencian orientales.

Se distinguía la gnosis por su concepción dualista de Dios, del mundo y del hombre. Dos principios opuestos, el bien y el mal, el espíritu y la materia, eran la raíz especulativa de todas las cosas. La gnosis se presentaba a sí misma como una Sabiduría más elevada, superadora de todas las demás religiones -incluido el judaísmo-, a las que consideraba como explicaciones imperfectas, útiles provisionalmente para el vulgo. Los primeros brotes de gnosis en Colosas parecían intentar conciliar el cristianismo con dicha filosofía: para los gnósticos Cristo, por ser hombre, era inferior a las potestades angélicas, espiritualmente más altas; Cristo sería, pues, un eón, un ser intermedio entre Dios (el Espíritu) y la materia.

Tales confusiones doctrinales espolearon a San Pablo para desarrollar con claridad y vehemencia algunos puntos centrales de la fe, a los que los colosenses debían adherirse, rechazando esas otras ideas. De este modo, Pablo profundiza en temas capitales del misterio del ser de Cristo -la cristología- como son su superioridad infinita y su capitalidad sobre todos los seres, llámense ángeles, potestades o de cualquier otra manera. El Apóstol utiliza expresiones que encierran un contenido muy profundo, como la de que en Cristo «habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente», cuyo contenido doctrinal es equivalente, aunque con palabras bien distintas, a la formulación de San Juan de que «el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros». Además, en la Carla a los Colosenses aparecen términos nuevos que al parecer empleaban los gnósticos helenistas, pero en un contexto polémico y cargados de nuevos matices y sentidos. En suma, Pablo insiste, profundizando, en que Jesucristo es Dios eterno, que al tomar la naturaleza humana no deja de ser Dios y, por tanto, es el primero y superior a todos los hombres y los ángeles.

Al lado de este desarrollo doctrinal, la carta se ocupa de dar enseñanzas morales y disciplinares, como los respectivos deberes de los cónyuges, siervos y señores, o consejos prácticos sobre el ejercicio de las virtudes cristianas.

 

 

 

 

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