La afectividad
Educar es una obligación de padres y educadores, por eso tenemos que potenciar las posibilidades cerebrales que la naturaleza da al niño y desarrollarlas ordenadamente con alegría y juego. Luego tendremos que darle, padres y educadores, un modelo que imitar que le ayude a introducirse en un mundo afectivo y cariñoso.
En cualquier programa de aprendizajes tempranos tenemos que plantearnos que junto a la educación de la inteligencia está la educación de la afectividad para conseguir desarrollar a la persona.
Es necesario resolver los pequeños problemas que se plantean en estas edades (celos, insomnios, tozudez, guerra en la comida…) con soltura y optimismo. Las personas maduran enfrentándose a los problemas.
No podemos dejar pasar el tiempo y mientras cuidamos físicamente a nuestros hijos, dejemos de lado la formación en hábitos, valores y normas de conducta.
Las normas familiares deben vivirlas y exigirlas padre y madre. Si uno falla, el niño, se aferrará a las actuaciones que le convenga y chantajeará al otro.
Nosotros, la familia somos sus modelos. Ésta tiene que crear un clima, un ambiente, un calor de hogar, que dé a los hijos una sensación de seguridad y de pertenencia a ese clan.
La autoestima
Es tarea fundamental de los padres fomentar la autoestima, y esto necesita de una pedagogía positiva.
Es importante, por tanto, que evitemos las etiquetas negativas al valorar sus actos, como por ejemplo: torpe, pillastre, sinvergüenza… La única actitud que conviene en el camino educativo es una actitud positiva de confianza y estímulo.
Pedagogía positiva
En estas edades tempranas el niño tiene más necesidad de premio que de castigo. El castigo solo, es una técnica de educación que termina llevando al enfrentamiento y al resentimiento, convirtiendo la educación en un combate entre vencedores y vencidos. Si tú riñes con cariño y llevas razón, el niño lo admite siempre bien, es más, lo espera.
Utilizar una pedagogía positiva con nuestros hijos es algo que nos llevará tiempo, pues significa un cambio de mentalidad.
Hay que cuidar nuestras expresiones y nuestro tono de voz, a la vez que el vocabulario, al reñir al niño.
Resulta mucho más efectivo alentar la virtud que recriminar el vicio que queremos ir quitando de la forma de ser y actuar de nuestro hijo. Se pueden utilizar frases como: Yo sé que lo has hecho sin querer, sabes que te quiero mucho, noto que cada día eres mejor, si quieres ayuda pídemela…
Tendríamos que plantearnos, decir al menos de cinco a diez elogios al día. Así intentaremos contrarrestar las frases negativas que se nos puedan escapar.
Este instrumento será de efectos sorprendentes al contemplar la buena imagen que de sí mismo se irá formando el niño, y las ansias de mejora y de superación que le estaremos inculcando.
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