El educador debe organizar su comportamiento de manera que resulte conforme con la actitud de confianza. Esto lo lograrán los padres si, por una parte, tienen la firme convicción de que sus hijos merecen la confianza; y, por otra, consiguen el equilibrio entre la confianza en sí mismos y la confianza en los demás.
Cada hijo experimenta la confianza cuando observa que sus padres se la otorgan, como dirigida directa y personalmente a él.
Además, es necesario que la conducta del hijo encuentre siempre una acogida cordial en los padres, lo cual no significa aprobación. Por eso, el trato de confianza es compatible con la crítica de la conducta, con la desaprobación manifiesta de ciertos comportamientos y defectos.
El hijo, aun cuando sea consciente de la calificación negativa que su conducta ha tenido, sabe que no peligra el afecto que recibe o la permanencia de la relación. De esta manera, la confianza se convierte en un continuo respaldo emocional, que es fuente de seguridad.
El trato de confianza exige además una comunicación estrecha entre padres e hijos, y ello no sería posible si se encerraran en sí mismos. Cuando los hijos se cierran compete a los padres facilitar la apertura.
En esta apertura no influye solamente la confianza: los padres deben tener en cuenta otros factores, el cariño, la similitud de valores, etc…; sabiéndolos barajar adecuadamente lograrán que los hijos adquieran el hábito de expresar francamente sus problemas, opiniones o sentimientos.
Si la confianza ha de ser el estilo de los buenos educadores tendrá todas las cualidades: total, profunda e inteligente.
Por ejemplo, se entiende que no se pueden dar unas tijeras de podar a un niño de cinco años. No hay confianza, por tanto, fuera de lugar. Cada cosa en su momento, cuando sea lo propio, ya porque lo diga el sentido común y la naturaleza; ya por que lo diga el estudio, la ciencia o el sentido sobrenatural.
El peligro de una confianza fuera de lugar se llama imprudencia y tiene, desgraciadamente, un elevado coste.
Cada niño ya tiene su propio estilo personal
Un conocimiento estrecho de nuestros hijos nos demuestra actitudes y cualidades que exigen una educación lo más individualizada y personalizada que humanamente podamos.
Los niños no serán lo que nosotros queramos, sino lo que deban ser; y, a lo sumo, lo serán a pesar de todo lo mal que lo hayamos hecho.
La personalidad oculta del niño se ve con frecuencia aplastada y desviada, es decir, incomprendida o desconocida por los mayores que le rodean y conviven con él. No es fácil descubrir y reconocer esta manera de ser y esta futura personalidad. Exige mucho tiempo de trato y horas de convivencia.
Es muy importante respetar, en lo posible, el propio estilo personal del hijo.
Cualquier comentario que hagan nuestros hijos o alumnos debe interesarnos. Si sabemos escucharlos con la cabeza y el corazón, habremos dado un paso firme en el conocimiento de estos niños.
Muchas veces, el educador ha de fruncir el ceño y mostrar su disgusto y aplicar una corrección, siendo al mismo tiempo su gesto de atención y cariño. En más de una ocasión nos damos cuenta que es mejor estimular que imponer.
Exige que busquemos fórmulas educativas mejores, estímulos o motivaciones más adecuadas. A veces, un breve pero inteligente diálogo, nos ayudará a salir con éxito de la dificultad.
Bien llevado, el niño llega más lejos de lo esperado.
La confianza y la comunicación
Uno de los puntos esenciales de la confianza es el acto de la comunicación. Momento grandioso, difícil y capital, aunque pueda parecer que no tenga demasiada importancia.
Deseamos que haya intermediarios entre los niños y nosotros: hermanos mayores, tías, abuelos, empleadas de hogar, secretarias…En el fondo puede ser que el gobierno familiar vaya mejor, pero hay que tener cuidado porque con estos intermediarios los cuidados materiales diarios los podemos descuidar y realmente son el fundamento para la confianza, la intimidad, y la auténtica amistad con el niño, que hará que nos abra su corazón.
Los planes de acción de un padre
A veces los padres, han de proponerse seriamente estar alguna vez por semana con cada uno de sus hijos en particular. Pequeñas intervenciones en la vida de los hijos, son muy eficaces.
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